Todas las miradas se centran ahora en el digital, como alternativa que contribuya a mitigar la situación crítica que atraviesa la industria.
Como con tantos otros colectivos, la crisis desencadenada por el coronavirus se está cebando con la industria del entretenimiento. Las restricciones en la movilidad de las personas han supuesto un auténtico misil en la línea de flotación de la industria del entretenimiento.
Un sinfín de festivales y conciertos ya han sido suspendidos o pospuestos sine die; los gigantes de la promoción como AEG o Live Nation han cancelado sus giras internacionales; el valor bursátil de la segunda ha caído en picado, e incluso Amazon ha anunciado que suspenderá el reparto de CDs y vinilos para facilitar la distribución de artículos de primera necesidad.
Pero más allá de los grandes nombres corporativos, y sin desde luego despreciar la afectación que sufrirán sellos discográficos, editores musicales, managers y promotores, hay que poner el foco en el eslabón más débil de la cadena: autores, compositores, artistas y ejecutantes de a pie, a menudo constituidos como autónomos o pymes, están sufriendo un parón sin precedentes en la historia reciente, que pone en peligro su continuidad en una industria ya de por sí muy precarizada. Por si ello no fuese suficiente debemos añadir el tejido de pequeños clubs, locales y salas de conciertos, que tendrán enormes dificultades para afrontar una drástica reducción de ingresos y salir adelante.
Pero como suele ocurrir, la moneda siempre tiene un reverso; en este caso, el mundo de lo digital, principalmente el streaming. Siendo la música en vivo una de las principales fuentes de ingresos de la comunidad musical, todas las miradas se centran ahora en el digital, como alternativa que contribuya a mitigar la situación crítica que atraviesa la industria. Según estudios recientes de la consultoría MIDIA Research, los consumidores disponen ahora de una media de un 15% más de tiempo para consumir contenidos culturales, principalmente por el mayor tiempo libre disponible y el menor tiempo invertido en desplazamientos. Ello debería revertir en un correlativo aumento del consumo digital y el nivel de ingresos derivado del mismo.
No obstante, habrá que ver cómo se desarrollan estos nuevos patrones de conducta de los consumidores de música en un contexto de confinamiento y aislamiento: paradójicamente, los primeros datos que arrojan los charts distintos DSPs de música (sobre todo a raíz de la experiencia en Italia y Francia) indican que no puede presumirse que las medidas de confinamiento y limitación de movimiento reviertan, de forma automática, en un mayor consumo digital de música. No son pocas las voces que, ante las cancelaciones de conciertos y festivales, apuntan a los servicios digitales como una oportunidad para ayudar a los artistas y bandas en la difícil situación que atraviesan y contribuir a mitigar las pérdidas que están sufriendo las industrias creativas. En este contexto, no parece desatinada una petición popular aparecida en EEUU, por la que se reclama que, ante la gravosa cancelación de giras, conciertos y festivales, Spotify incremente sustancialmente los pagos de royalties a los creadores.